Os dejo un emotivo y estupendo relato, ganador del SEGUNDO PREMIO del CERTAMEN DE RELATO Y POESÍA 2023 “Dolores Ibarruri Gómez PASIONARIA”
LA TIERRA HEMBRA
Desde que me dijeron que el trabajo de antropología debía versar sobre la economía de posguerra, tuve claro que tenía que hablar con Justina, a la que todos llamaban “la calvina roja”. Justina era una mujer solitaria y callada, menuda y delgada, con los ojos de color celeste, un celeste casi gris, como si estuvieran desgastados después de haber visto demasiadas cosas. Vivía en una casa sencilla a las afueras del pueblo. Pese a su edad avanzada, era fácil verla con el azadón, con un pañuelo cubriendo su cabeza, doblada sobre las patatas, tomateras, pimientos y berenjenas que ella misma cultivaba en el terreno que tenía en la parte trasera de la casa.
–Cuénteme de sus padres, Doña Justina, ¿cómo hacían para poder alimentar y vestir a su familia en unos tiempos tan difíciles? –le pregunté.
Ella se tomaba su tiempo para contestar, comenzó a hablar muy despacio, como si las palabras llevaran demasiado tiempo dormidas y les costara salir de su boca:
–Entonces yo no era más que una cría, pero el hambre nunca se olvida. Eran tiempos complicados para todos, sobre todo para familias como la nuestra, las de los “vencidos”…
Parecía que sus palabras tuvieran espinas que la fueran desgarrando por dentro, en su lento deambular hacia sus labios.
–…cuando terminaba su turno en la mina, según la época del año salía al monte a apañar castañas, varear aceitunas, sembrar o recoger cereales. Siempre para otros, claro, de sol a sol, cada día del año, lloviera, venteara o hiciera calor, por un salario que nunca daba para alimentar a tantas bocas…
Su mirada se perdía como si fuera de viento, en un punto invisible, al otro lado de los cristales.
–Se hizo mayor antes de la cuenta, su piel era oscura, como un cuero viejo, curtida por el sol y por el frío, su rostro estaba surcado de arrugas, demasiadas para la edad que tenía, sus manos parecían de madera, de tanto usarlas. Muchas veces lloraba a escondidas, para que nadie se diera cuenta de las penas que llevaba dentro. Pero no todo fueron lágrimas…
Dejando la frase a medias, se levantó y se dirigió a la cómoda que había en el cuarto. Tras un breve forcejeo, logró abrir uno de los cajones y cogió algo. Regresó a la mecedora y, con los ojos humedecidos, me mostró una muñeca de trapo.
–…a veces también sonreía, como cuando me regaló esta muñeca por mi cumpleaños, la había hecho con sus propias manos de madera, de madrugada, mientras todos dormíamos. No es que sea una obra de arte, pero nunca me hicieron mejor regalo.
Cogí la muñeca que me ofrecía; no eran más que dos bolas de trapo llenas de arena, con dos botones en el lugar donde tenían que ir los ojos y unas telas raídas que hacían las veces de extremidades.
–Tuvo que ser un gran hombre –le dije.
Justina me miró extrañada y confundida, como si yo no me hubiera enterado de nada de lo que me estaba contando.
–A mi padre lo mataron por rojo, la misma noche que llegaron al pueblo, dicen que encontraron en su cuarto una cartilla de un sindicato o yo qué sé. Todo lo que te estoy contando es lo que hacía mi madre, fue ella la que me hizo la muñeca, la que me enseñó a trabajar la huerta y todo lo que sé, fue ella la que nos sacó adelante. Las “calvinas” somos una estirpe de mujeres valientes, ¿acaso sabes por qué nos llaman “calvinas”? –me preguntó mientras se deshacía el nudo del pañuelo que llevaba en la cabeza.
Inclinó su cabeza y pude ver la falta de pelo en la coronilla.
–Mi abuela fue la primera barcaleadora de la familia, se quedó viuda aquella fatídica tarde del cuatro de febrero y tenía que sacar a sus hijos adelante. Nunca supo qué hicieron con el cuerpo de su marido ni con tanta muerte. Después le tocó a mi madre y más tarde también a mí. Esta tierra es hembra, es como un útero gigante que se desangra poco a poco, que se vacía y nos arrastra, sin que nos demos cuenta…
Y yo, sujetando la muñeca entre mis manos, me sentí incapaz de mantenerme a flote en las tempestades de su mirada, al olvidar que, tal y como decía Justina, aquella tierra era hembra…